Con las persianas casi bajadas, un mínimo rayo de caliente luz, rompe la penumbra del despacho.
Pero, pese a la asfixiante atmósfera, casi irrespirable, nada como sentir el peso de la soledad. Del inmutable silencio perpetuo del teléfono. De la ambigüedad de los últimos mensajes.

Me pongo una copa, me enciendo un cigarrillo, mientras sigo a la espera.
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