Hoy hemos retrocedido tres siglos y nos hemos sumergido en calles angostas, adoquinadas, en semioscuridad, entre viviendas de adobo y madera. La gente vive de cara a la calle y amable nos habla al pasar, aderezándolo todo de sonrisas y gesticulaciones. Nos ofrecen sus tesoros en forma de collares, bolsos, babuchas, ropas, comidas. He de reconocerme exhausto de regatear por un par de insignificantes monedas. Pero tras la batalla, vuelven las sonrisas y los apretones de manos.

Recorrer la imperial Marrakech a pie, sumergirse en su Medina, comprar en la gran plaza Jamaa el Fna, el tatuaje de henna de la princesa Ulma, alojarse en un Riad, y tomar un te de menta en una de sus terrazas forma parte ya de mi mochila de recuerdos imborrables.
El tren está frenando, llegamos a Casablanca, pero esa es otra historia que os contaré otro día............